Era feo llegar a Diciembre

Diciembre. De repente todo el mundo odiaba diciembre. Era una palabra que nadie quería oir.

Arielle adoraba usar sus piernas todos los días para llegar de un lugar a otro. Era afortunada. Sus caminos estaban llenos de bellos jardines y hermosas casas. Era un extasis pasar todos los días por ahí. No hay jardines más bonitos que los de esa colonia fresona y bien ubicada.
El clima, como invierno en el caribe, hacía que caminar a medio día fuera delicioso.
Era su momento especial del día. Era esa parte del día en la que podía disfrutar su soledad.
Cómo le gustaba caminar entre ese bosquecito que está en media avenida. Se metía y jugaba entre los árboles como si en verdad se tratara de un gran bosque. La gente la miraba raro. El guardia ya estaba acostumbrado a verla hacer eso todos los días y él al verla ya sonreía.
O en las mañanas, cuando aun no salía el sol y el frío era más fuerte, no podía faltar los "buenos días" de Don Juan; un señor que todos los días, frente al templo de a la vuelta de su casa esperaba ansiosamente que este abriera sus puertas. ~ Buenos días señorita, es hora de ir a la universidad :) ~ Su religiosidad y alegría le recordaba demasiado al rey del mar. Era como tener ese pedacito de su corazón deseandole suerte al iniciar su día.

Pero llegó diciembre y ese extasis se convirtió en agonía.

Caminaba entre el bosquecito de Maestros cuando el tiempo llego a su cabeza. Diciembre. Dos semanas. Quince días. No me quiero ir. Y ahí inmovil, miro a su al rededor y comenzó a llorar mientras repetía lo mismo una y otra vez "No me quiero ir", "No me quiero ir".

Arielle lloraba todos los días en el camino de la uni a su casa. Caminaba, sentía, miraba, respiraba. Su meditación en movimiento fue su despedida. Con cada respiro, con cada mirada abrazaba el momento, abrazaba el paisaje, lo exprimía, lo anhelaba, lloraba y de su boca salían palabras como, "No te quiero dejar". Tiempo, no pases. No me quiero despedir. Te adoro demasiado. Adoro tus colinas, que usualmente odiaba cada vez que se le ocurría salir en tacones. El aire, cada vez que acariciaba su piel la hacía llorar más.

Así fue diciembre de 2012. Ese mes donde en la casa estaba prohibido pronunciar la palabra despedida... Hasta que ella comenzo a organizar su propia fiesta de despedida, y aun así era un tema que se evitaba.

Besos nostalgicos,
Arielle